Un hálito de anarquía recorre el mensaje de Jesús. Dos mil años de historia han intentado empequeñecerlo y reducirlo para ponernos de acuerdo con él sin tener que convertirnos demasiado. También en los dos mil años surge una y otra vez la rebelión contra esos intentos de rebajar caprichosamente esos niveles de calidad: es la radicalidad del vivir cristiano manifestada en instituciones de vida religiosa exigente o en grupos de cristianos esparcidos por doquier. Esta tensión entre el seguimiento sincero y el arreglo de compromiso excesivo es vivida radicalmente en nuestra sociedad tecnificada de hoy. Sin fundamentalismos ni esencialismos excluyentes, pero sí como una llamada a lo que alguien ha llamado «la fuerza de la locura cristiana».