Granada, y la Alhambra como su principal signo de distinción, fue la frontera crepuscular de al-Ándalus. Punto y final, cierto que relativo puesto que el tema morisco prolongaría la problemática andalusí hasta principios del siglo XVII, de una sociedad de estructuras orientales en la península que se clausuraba en el inflexivo 1492. El mito de al-Ándalus, hasta ahora contemplado casi siempre en su ficticia unidad, admite ciertas variaciones, lógicas por el régimen de historicidad de ocho siglos que lo alimenta, en el interior del mito mismo. El filósofo Edgard Quinet, en el primera mitad del siglo XIX, fue el primero en observar que la cultura andalusí de la convivencia, ejemplificada paradigmáticamente por la mezquita de Córdoba, no era igual que la supremacía de la estética en la Alhambra de Granada. Esta idea germinal nos permite hoy día abrir un debate, de trascendencia epistemológica, sobre el lugar que ocupa en la filosofía de la cultura de al-Ándalus, la Alhambra de Granada. Son autores de los textos: José Antonio González Alcantud, Sophie Makariou, José Miguel Puerta Vílchez, Emilio González Ferrín, Eric Calderwood y Abdelmajid Benjelloun.