Apenas adolescente descubrí el presente eterno que nos ofrece la poesía cuando la voz rotunda de Walt Whitman transformó la biblioteca del Instituto en una pradera salvaje; con García Lorca conocí el tesoro de leer al poeta en su lengua materna y el valor para escribir como quien dibuja sus latidos en un papel. Fue con este impulso como publiqué mi primer libro. Ya en la madurez, me debatía entre la ilusión por ver reunidos mis poemas o rechazar toda pretensión poética y considerarlos como oraciones, de gratitud o para que algo hermoso suceda. La fuerza me vino de un texto de Oteiza, quien afirma que ya desde las cavernas, el Arte no es otra cosa que una trampa que el artista construye para obtener lo esencial, la ?caza? o lo que ésta simboliza, ?el perdón y la gracia de los dioses?.