En plena juventud, David Torres descubrió que llevaba el mismo nombre de ese hermano mayor que murió -¿o fue robado?- en una de las infames clínicas dedicadas al tráfico de recién nacidos. El recuerdo emergió de repente cuando intentaba por enésima vez escribir una novela imposible: la historia de los cientos de músicos ciegos exterminados en los terribles años de las purgas estalinistas.
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