tarde con su marido, representan para Edith Wharton una alternativa feliz a la vida rutinaria, embotada social y espiritualmente, de Newport. Desde muy joven encuentra en Europa los recursos intelectuales idóneos para una sensibilidad artística, literaria y filosófica que decae hasta la depresión, en sentido estricto, cuando su genio tiene que convivir con el día a día burgués de la cotidianeidad. La literatura de viajes de Wharton huye de un fenómeno que ya en su tiempo anunciaba sus rasgos más propios, la profanación que hace el turismo de masas del sentido histórico, estético y cultural de la obra de arte. Así, estos Paisajes italianos no son una guía de viaje para consumo rápido, esquemático y superficial, de visitantes que saldan sus andanzas por Italia con un ?yo estuve allí? que compartir en sus ciudades de origen. A diferencia de todo ello, las páginas de Wharton son una auténtica crítica de arte, en el sentido moderno de que ofrecen una valoración informada, documentada históricamente, de las piezas pictóricas, escultóricas o arquitectónicas que describe al lector.