La primera edición de Das Buch der Bilder se remonta a 1902. El libro recogía entonces poemas escritos entre 1898 y 1901. La segunda edición, cerrada el 12 de junio de 1906 y aparecida en diciembre del mismo año, añadía a los de la primera poemas escritos entre 1902 y 1906. La revisión definitiva del texto la realizó su autor para la quinta edición, en 1913. Aunque las antologías de Rilke en lengua española incorporaban poemas procedentes de este libro, nunca hasta hoy había sido traducido y publicado en su integridad. En esta versión el traductor ha procurado mantener en lo posible ese difícil equilibrio en el que se es fiel tanto a la literalidad y al sentido como a la música y al ritmo del original. Se trata de una versión fidedigna de El libro de las imágenes que es, al mismo tiempo, un libro de poemas en nuestro idioma. Rilke tenía 26 años al aparecer la primera edición y 31 al publicarse la segunda, ampliada. Con este libro comenzó su etapa de madurez, que le llevó a alcanzar cotas únicas en la poesía mundial del siglo xx, y en él ya se contienen un buen número de poemas considerados magistrales, que destacan entre los mejores de su autor.
Abrir un libro es como abrir una puerta. Abrir este libro es abrir la puerta que da al mundo fascinante de Rainer Maria Rilke poeta austríaco y universal, un oído atento y una voz privilegiada del inconsciente colectivo. Y, por lo mismo, entrar en las más profundas nostalgias y recuerdos del alma, cubiertos y recubiertos por una espesa capa de agobiante depresión y aburrida superficialidad. Este libro, como pocos, tiene la rara virtud de hacer revivir en el lector esa conciencia poética, descubridora asombrada de la belleza, que late en lo más hondo, alto y dilatado de la realidad humana. Rilke, uno de los grandes creadores de este siglo, actualmente el autor en lengua alemana más traducido, es también un gran maestro y orientador en el campo del espíritu. Muchos lo han descubierto en sus Cartas a un Joven Poeta. En esta antología de su epistolario esos lectores encontrarán comentarios y ampliaciones de aquellas originales intuiciones sobre el camino hacia la propia humanidad, la misión, la sexualidad, Dios, la muerte, la creación, la tristeza, la soledad, la plegaria... Otros, en cambio, podrán penetrar en ese mundo tan singular y, a la vez, universal, donde las antiguas preguntas que nos acucian encuentran respuesta; donde, en la atmósfera de la belleza, de la confidencia y de la ternura, aparece lo esencial de la vida, algo, que, si se pierde, todo se ha perdido. Unos y otros sentirán en esta antología aquel tono inolvidable que no da la exacta vibración que despierta el anhelo de algo distinto, satisfactorio al fin, cuya carencia y olvido es el origen de tanta enfermedad y desasosiego. No es, pues de extrañar que Rilke sea uno de esos pocos autores cuyo lector conserva sus libros en la cabecera de su cama para leerlos, releerlos, abrirlos al azar, y encontrar en ellos, justamente, en la última o en la primera de sus horas, la palabra que cura y acompaña.
Poemas a la noche, de Rainer Maria Rilke, es una obra poco conocida y, sin embargo, de capital importancia entre las del poeta, pues en ella se esbozan algunos temas que acabarán de configurarse en las Elegías de Duino. Durante años fue un libro casi secreto. Rilke no llegó a publicarlo, acaso precisamente por no desvelar ese fondo originario común con su obra cumbre.
Cuatro son los Réquiem que escribió Rainer Maria Rilke, dos de ellos en 1908: el «Réquiem por una amiga», en memoria de la pintora Paula Modersohn Becker, muerta de sobreparto a los 31 años, y el «Réquiem por el conde Wolf von Kalckreuth», joven poeta y traductor suicidado a los 19 años; ambos fueron publicados juntos, en 1909, con el título único de Réquiem. Pero antes, en 1900 ya había escrito otro, el «Réquiem por Gretel Kottmeyer», una amiga de Clara Westhoff, con la que pronto se casaría el poeta, que formó parte del Libro de las imágenes, publicado en 1902; y más adelante, en 1915, aún escribió el «Réquiem por la muerte de un niño», al fallecimiento de Peter Jaffé, el hijo de unos amigos muniqueses muerto a los ocho años, que no se publicó en vida del poeta, sino en 1927, en la primera edición de sus Obras completas. Luego, en 1931, los cuatro Réquiem fueron agrupados con ese único título en un libro, que es el que aquí se publica, en edición bilingüe, con versiones al castellano de Jesús Munárriz.
Rilke escribió este libro tras una larga estancia en Rusia, donde visitó a Tolstoi, quien le causaría una gran impresión. Quizá de su influencia, y de las conversaciones con los campesinos, han surgido estas extraordinarias Historias del buen Dios, un libro en el que, a modo de parábolas, trece narraciones bucean en las raíces del ser. El narrador elige como destinatarios de sus historias a distintos personajes: Ewald, un paralítico asomado siempre a la misma ventana, el pedante Baum, su propia vecina o incluso, en la historia final, la oscuridad. Pretende que ellos, a su vez, las transmitan a los niños, quizá los únicos capaces de entenderlas en toda su profundidad. Cada una de las historias puede leerse, en su sentido literal, como fábulas fantásticas en las que la figura de Dios ocupa un lugar preeminente; pero los textos tienen también otra lectura, en la que las cuestiones morales, religiosas e incluso políticas afloran a través de símbolos y sobreentendidos. "Historias del buen Dios" es tal vez el texto en prosa de Rilke de mayor belleza y sensibilidad, y sin duda pide ser leído desde la oscuridad de los corazones, ese lugar que, según Rilke, Dios prefiere en lugar de la clara y fría especulación de los pensamientos.