En esta sexta obra, Carlos Castaneda prosigue relatando sus encuentros con los restantes nueve aprendices de don Juan y don Genaro, así como con su grupo de guerreros. A lo largo de estos encuentros se le revela la regla del nagual y es instruido en los principios y prácticas del arte de ensoñar y del arte del acecho. «Al poder que gobierna el destino de todos los seres se le llama el Águila, no porque sea un águila o porque tenga algo que ver con las águilas, sino porque los videntes se les aparece como una incomensurable y negrísima águila, de altura infinita, empinada como se empinan las águilas». «El Águila ha concedido un regalo a cada uno de todos los seres. A su propio modo y por su propio derecho, cualquiera de ellos, si así lo desea, tiene el poder de conservar la llama de la conciencia, el poder de desobedecer, el emplazamiento para morir y ser consumido. A cada cosa viviente se le ha concedido el poder, si así lo desea, de buscar una apertura hacia la libertad y de pasar por ella». LA REGLA DEL NAGUAL