Tome a un sabio como Eleazard Hazard, los insectos en latín, un clown llamado Calvaire Mitaine, el filatélico Sulpice Fissile, un pulpo domesticado, el bigote y las lentes del detective Florentin Rentin y Jim Jim, el boxeador negro con acento alsaciano, y mézclelo con una gran cantidad de los alrededores de Marsella; espolvoree un inventario de objetos habituales, cúbralo después con algunos crímenes cómicos, desapariciones repentinas y diálogos y exclamaciones en caída libre, y obtendrá los veintinueve capítulos de una novela inédita de Raymond Queneau: alegre guateque para ectoplasmas surrealistas y elementales onirocríticos.
París, migdia, en un autobús de la línia S, a una hora punta: puja un jove amb un barret estrafolari, escridassa un viatger que li clava empentes i tot seguit se'n va a seure. Davant l'estació de Saint-Lazare, dues hores més tard: el mateix individu parla amb un company, que li aconsella d'apujar-se el botó superior de l'abric per tancar-ne l'escot. A aquest argument tan escuet es redueix tota l'acció d'Exercicís d'estil, publicats per primera vegada el 1947 (i en versió definitiva el 1973); però en el llibre hi ha molt més, perquè la història hi és explicada noranta-nou vegades, de noranta-nou maneres diferents. No és gens sorprenent que aquesta sigui, a França i en tots els països en què ha estat traduïda, una de les obres més populars de l'autor, ja que, amb una aptesa extraordinària, Queneau va saber convertir un incomparable tour de force tècnic, lingüístic, retòric i estílístic en una festa del llenguatge que, a cada pàgina, convida el lector a una diversió intel·ligent.
«Así vivía esa vida mediocre, persuadido de que dicho instante llegaría; y cuando tomaba conciencia de esta esperanza, se insultaba por aquel repugnante optimismo, pues el pesimismo le parecía, después de todo, la única concepción aceptable de la vida y la única acorde con la realidad. Él profesaba la fe del pesimismo.» En el París del Barrio Latino, la Sorbona y los cafés, jóvenes y mayores creen burlar el paso del tiempo conversando de filosofía y literatura. Y justamente el tiempo es el verdadero protagonista de esta novela, entendido no solo como un retorno cíclico y alterno de las estaciones, sino también como el único e ineludible medio con el que el hombre se entrega a la vejez y la muerte. Los últimos días es una obra de construcción perfecta, en la cual desfilan las historias de algunos parisinos que se cruzan sin una finalidad aparente: los estudiantes con sus esperanzas, los ancianos que frecuentan el café Soufflet, el poeta-filósofo Tuquedenne y sus amigos, y Alfred, el camarero futurólogo entregado a la estadística y a la lectura de las revoluciones planetarias. Raymond Queneau (1903-1976). Escritor y poeta, a finales de los años veinte se adhiere al surrealismo y a las ideas del grupo de artistas que gravitaba alrededor de Breton. Progresivamente, se va alejando de esa influencia y en 1960 funda el movimiento experimental OuLiPo (Obrador de Literatura Potencial). Entre sus obras, caracterizadas por un humor refinado y sutiles inventos estructurales, destacan Odile, Zazie en el metro, Flores azules y Ejercicios de estilo.
En el París de la década de 1960, Cidrolín, un insólito individuo que vive en un barco amarrado en el Sena, pasa las tardes durmiendo la siesta. Durante sus cabezadas, sueña con las aventuras del duque de Angou, un caballero medieval que viaja en el tiempo a lomos de un caballo charlatán y filósofo. ¿O es el duque de Angou que sueña con Cidrolín y los avatares de un hombre del siglo XX? Incapaces de descubrir quién sueña con quién, nos adentraremos en un mundo cómico y épico a la vez capaz de provocar carcajadas o de mover a la reflexión. Los juegos del lenguaje, el anacronismo o las citas permiten a Raymond Queneau crear un singular escenario sobre el que cuestiona el sentido de la historia, de las ideologías y de la propia escritura. Raymond Queneau, uno de los autores más imaginativos y lúdicos de la literatura moderna integra varias lecturas en una: una novela de amor, un juego entre el sueño y la realidad o una parodia de la novela histórica. Pero Las flores azules es, ante todo, una narración asombrosamente divertida y de una riqueza estilística y referencial desbordante. Una novela que invita a ser leída una y otra vez y a descubrir los secretos que esconde en cada una de sus páginas.
Un insólito individuo llamado Cidrolin vive en un barco amarrado en el Sena y pasa las tardes durmiendo la siesta. Sueña con las aventuras del duque d?Auge, un caballero medieval que viaja en el tiempo a lomos de un caballo charlatán. ¿O es el duque d?Auge quien sueña con Cidrolin y los avatares de un hombre de nuestro tiempo? Incapaces de descubrir quién sueña a quién, nos adentraremos en un mundo cómico y épico a la vez, capaz de provocar carcajadas o de mover a la reflexión. Flores azules es una narración asombrosamente divertida y de una riqueza estilística y referencial desbordante. Una novela que invita a ser leída una y otra vez y a descubrir los secretos que esconde en cada una de sus páginas. Raymond Queneau, uno de los autores más imaginativos y lúdicos de la literatura del siglo xx, integra varias lecturas en una: una novela de amor, un juego entre el sueño y la realidad o una parodia de la novela histórica. Los juegos del lenguaje, los anacronismos o las citas permiten a su autor crear un singular escenario sobre el que cuestiona el sentido de la historia, de las ideologías y de la propia escritura.
Publicada por primera vez en 1947, y atribuida entonces, como si correspondiera a una persona real, a la ficticia escritora irlandesa Sally Mara, Siempre somos demasiado buenos con las mujeres fue reeditada en 1971 como «novela de Sally Mara» firmada ya por Raymond Queneau, pero «traducida» por Michel Presle. Este juego de falsas cajas chinas da por sí solo una idea de la peculiarísima textura del libro. Siempre somos demasiado buenos con las mujeres se sitúa en la insurrección irlandesa de 1916 para erigir una creación divertida y grotesca a un tiempo que constituye, en última instancia, un apólogo moral contra la violencia, envuelto en una chirriante, apocalíptica y sorprendente maquinaria verbal. Siete irlandeses armados asaltan una estafeta de correos y, mientras resisten el sitio del ejército inglés, van cayendo uno a uno en las trampas seductoras de una joven que se escondió en el servicio durante el asalto. Los muñecos de esa insurrección son de serrín y tinta, y las explosiones son sólo chasquidos de palabra y escritura: pero, entre líneas, nos habla la voz de un moralista, al tiempo que la de un juglar de la narración. Irreverente, corrosivo, capaz de acoger en su lúcida y severa mirada lo tierno e irrisorio de la vida, Raymond Queneau ha pasado a la historia por ser uno de los narradores más originales y singulares de la literatura universal.