De entre los grandes nombres de la música española del siglo XX destaca con luminosidad propia el catalán Frederic Mompou (1893-1987), quien se definió a sí mismo como «un hombre de pocas palabras y un músico de pocas notas» que buscaba «una música que sea la voz del silencio». Influido por el impresionismo francés, por Satie, Fauré y Poulenc, se basó en el folclore catalán para elaborar sus piezas para piano solo de expresión quintaesenciada. Este libro de Clara Janés, gran conocedora del compositor, nos acerca tanto a su obra como a su faceta biográfica e íntima, que pocos como ella podrán narrar con tanta cercanía. Esta monografía es, pues, un retrato de cuerpo entero de un músico que siempre dejó que la poesía se posara en su música. No en vano sus acordes evocan a menudo el sonido de las campanas de bronce, recuerdo infantil de la fábrica de campanas en que trabajaba su abuelo; las mismas campanas que repican desde la primera página de este libro memorioso, hondo, esencial.
En la exposición antológica de Eduardo Chillida que tuvo lugar en Madrid en 1973, Clara Janés conoce al escultor y se inicia entre ellos un diálogo sobre la creación artística que seguirá indefinidamente. En uno de sus encuentros posteriores, Chillida propone a Clara hacer un libro juntos. Pasarán diecinueve años hablando del libro, que, finalmente, se materializará con el título de La indetenible quietud en 1998. Clara, que cree en el azar, celebra esa larga espera, que intensificó su amistad con Chillida y la llevó a captar lo que movía su impulso creativo y a ver sus nexos, más allá de la materia y la inspiración concreta, con todos los descubrimientos de la física y la astronomía actuales. Vio también que por todo ello la obra de Chillida es emblemática de nuestro tiempo. Mientras tanto, una entrevista, artículos, otros poemas y cartas se habían sucedido. Este material, reunido bajo el título de Sondas al infinito, forma una segunda parte del libro, complemento de la primera (en la que se recogen los poemas y una reproducción de los grabados de La indetenible quietud).
Detrás de la ventana, la noche, intensamente negra, parece el clamor de la posibilidad. Es un espacio que late y se define por algunos puntos de luz, los astros que forman las constelaciones: Orión, Casiopea, las Pléyades, el Cisne... Y, de pronto, una ba
María Zambrano (1904-1991) se plantea desde sus primeros escritos la relación entre filosofía y poesía, consolidando, junto al concepto de «razón vital», de Ortega y Gasset, el de «razón poética». A través de su aproximación a la expresión lírica y la mística, la pensadora hace tomar cuerpo en el texto a las palabras de Wittgenstein: «la filosofía no es una doctrina, sino una actividad». En efecto, su escritura se constituye en un ente vivo y en movimiento. Ese carácter autogenésico se debe a las captaciones de la «razón poética», que abarcan la rebeldía humana, la ebriedad ritual, los vislumbres del misterio y la disposición a transmitir el secreto y, por tanto, la voz y la palabra encarnada, unidas a la música, que, nos dice, es «la que vence al silencio antes que el logos». Cuando Clara Janés conoce a María Zambrano, ha reflexionado mucho sobre estas cuestiones y se siente afianzada e impulsada a profundizar. Resultado de sus conversaciones y lecturas son los textos recogidos en este libro.
Los textos reunidos en este libro nos acercan a culturas como la turca, la india o la japonesa y nos desvelan panoramas llenos de color y belleza, costumbres y vínculos históricos y de pensamiento que suponen ya de por sí una aventura. El viaje es una experiencia de vida y de conocimiento y, como tal, un movimiento que relaciona al que lo inicia con el espacio visitado. El impulso y el modo de emprenderlo es el oriente interior; el horizonte que se tiene por mira, el exterior, y puede ser todos los lugares, dado que la tierra es redonda y oriente es por donde sale el sol. Los lugares ofrecen variedad de paisajes, costumbres, arte, literatura y distintos modos de despertar el intelecto. El viajero curioso, en este caso la escritora Clara Janés, no puede dejar de asombrarse, anotarlo y, después, contarlo.
Este libro singular trata del amor reencarnado, revivido a través de las estaciones en poemas escuetos y en los rostros fijos de unas muñecas tan delicadas como las horas a las que aluden. Si estar enamorado es vivir la dislocación con el tiempo de otra persona, qué mejor representación de esa inmediatez imposible que estos reflejos desplazados, situados por Adriana Veyrat en el lecho de un mar desvanecido, entre flores sin aroma, junto a la nieve manchada de unas cartas «que no saben decirme lo que quiero».