El Napoléon de Notting Hill, ambientada en un Londres de ochenta años después, es decir, en 1984 (otro dato digno de mención: Eric Blair, más conocido por el seudónimo de George Orwell, publicó su primer texto en G. K's Weekly, la revista de Chesterton), puede prestarse a varias interpretaciones, no todas necesariamente dispares entre sí. Sin embargo, El Napoléon de Notting Hill está lejos de ser una "novela de tesis", por mucho que su eje y su temática sean políticos. Es, más bien, un elogio de la locura formulado desde la irrisión, la acritud y el disparate puro y simple, aunque, valga la paradoja, no sin sentido. Érase una vez un hombre prolífico como pocos con la pluma, moralista, cultivador del nonsense, mordaz, paradójico, radical, juguetón, polemista infatigable, ferviente defensor de la familia, la iglesia y el pub y enemigo acérrimo de burócratas, hombres de negocios, políticos y filántropos, que fuera denostado por algunos (en términos poco literarios) y por muchos ensalzado (sobre todo en términos literarios). Aquel hombre constituía además una curiosidad por su portentosa corpulencia y por su conversión al catolicismo en un país, Inglaterra, donde hacerse de ese credo puede parecer, más en alguien como él, casi una provocación. Se llamaba Gilbert Keith Chesterton, G. K. C. para los amigos: toda una fábula. G. K. Chesterton (Londres 1874 - Beaconsfield 1936) fue un virtuoso del estilo que, con mayor o menor fortuna, tocó casi todos los géneros literarios, creando un universo que sorprende ante todo por su inmensidad: más de cien títulos, entre obras y recopilaciones de escritos dispersos.
Esta obra, escrita en Londres en 1904, y cuya trama transcurre en la misma ciudad en 1984, es simultáneamente una fantasía futurista, una sátira política, un cuento profético y una novela desbordante de poesía, inteligencia, aventuras, y humor. En ella, dos personajes contrapuestos y complementarios libran, cada uno a su manera, una batalla contra la inercia de una época que ha perdido la fe en las revoluciones. En su día exaltó, y hoy y siempre exaltará, al máximo, a quienes tengan hambre y sed de utopía. Bajo el manto regio de la imaginación de Chesterton se ocultan los fundamentos de un humanismo y un romanticismo radicales.
En estos tiempos de debates tan agresivos y poco razonados, es sencillamente liberador leer un debate tan Singular como el presente. Y es que cuesta imaginar dos figuras más brillantes, mordaces y antagónicas que Chesterton y Shaw. También, en la historia de la literatura, cuesta encontrar dos rivales que se respetaran tanto. La mejor muestra, milagrosamente salvada, de que disponemos para constatarlo es el texto recogido, que captura el único debate público entre los dos pensadores que nos ha llegado. Y no debaten temas menores. Lo hacen sobre el derecho a la propiedad, la distribución justa de la riqueza? podría absolutamente tratarse de una discusión de nuestros días. Con salvedades notorias: el respeto mutuo, la brillante argumentación que defiende las posiciones... ¿Tenemos derecho a tener propiedades? ¿Es justo el reparto de la riqueza? ¿Cómo se puede tener una sociedad más igualitaria? Que sean estas dos mentes privilegiadas las que nos hablen? estén de acuerdo o no.
Este libro recoge la herencia moral de Confucio, Aristóteles y Chesterton, tres maestros indiscutibles en el arte de vivir y educar. Las páginas sobre Aristóteles resumen su Ética a Nicómaco. José Ramón Ayllón es profesor de Antropología filosófica en la Universidad de Navarra.
Inspirado en un amigo del autor, el personaje del padre Brown -el sacerdote que oculta un insólito conocimiento del mal y de la condición humana tras su aspecto anodino, su inseparable paraguas y sus eternos paquetes de papel de estraza- es el protagonista de estas singulares aventuras en las que el autor une en el ámbito de la narración policíaca su humor peculiar, sus dotes de psicólogo y la crítica social. " El candor del padre Brown " reúne doce narraciones, cada una de las cuales propone un enigma a primera vista indescifrable.
Gilbert Keith Chesterton encarna, según Ezra Pound, la masa de gente corriente, ese núcleo popular donde se enraíza, como decía el propio Chesterton, todo lo realmente valioso de un país. Quizá sea ésta la clave para explicar la enorme audiencia de que han disfrutado y siguen disfrutando hoy sus libros. Chesterton fue un escritor muy prolífico: biografías, crítica literaria, filosofía, dramas, novelas, historias policíacas, versos. Ilustró gráficamente obras de sus amigos y fue además un orador elocuente. Su estampa física colosal, enorme, fue fiel reflejo de su ingente capacidad intelectual. «El regreso de Don Quijote» culmina una etapa de la obra de Chesterton que la crítica ha llamado período quijotesco. El autor defiende la cordura del caballero contra la locura del mundo que aceptamos por canónico. En su novela habla de la locura infecciosa, de aquella que aqueja a un grupo de aficionados que preparan una obra de teatro sobre una leyenda medieval y que, una vez terminada la función, se niegan a abandonar sus ropas medievales y pretenden instaurar en Inglaterra el antiguo orden de la caballería. En «El regreso de Don Quijote» se dan cita buena parte de los temas políticos que preocupaban al autor por aquellas fechas, a la vez que se procura dar un correcto entendimiento del mito quijotesco.
El color de españa y otros ensayos, lleva por título en su primera edición inglesa The Glass Walking-Stick and other essays (1955) y es una buena muestra de esa universal curiosidad presente siempre en Chesterton y de su originalísima, peleona y buenhumorada visión del mundo. Para disfrutar plenamente de GKC no hace falta ser católico ni conservador, ni antidivorcista como él lo fue, sino más bien al contrario, aunque no sea nada desdeñable su más que reconocido poder de persuasión; pero sí es recomendable, y aun puede que imprescindible, una cierta pasión por la literatura («Hay que estar loco por algo para no volverse completamente loco») y una cierta devoción por las formas más juguetonas de la inteligencia («La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta»). GILBERT KEITH CHESTERTON (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936). Es conocido, sobre todo, entre el gran público, por sus relatos policiales del padre Brown y por su novela El hombre que fue Jueves, pero el gran escritor inglés destacó en todos los géneros literarios, especialmente en el menos convencional y menos cerrado (tal como convenía a su peculiarísima personalidad humana y artística), el ensayo, lo que en su caso no es sino hablar de periodismo. Porque el siempre polémico y polemista Chesterton fue sobre todo, durante toda su vida, un periodista, es decir un hombre curioso y apasionado para quien no había asunto que no pudiera o no debiera ser tema de discusión («no hay cosas sin interés. Tan solo personas incapaces de interesarse» es una de sus frases o, lo que es casi lo mismo, de sus paradojas).
Publicada en 1910, La esfera y la cruz es sin duda la novela de aventuras más evidente de Chesterton. Un católico y un ateo intentan batirse en duelo a muerte, cada uno por defender sus ideas. No lo consiguen, pues siempre tienen que huir de las autoridades que tratan de impedírselo, lo que al final termina por convertirlos en aliados. En su huida en busca de un lugar donde librar el duelo, una huida que se produce por tierra y mar, incluso por aire y hasta estratosféricamente (Chesterton fabula aquí deliciosamente con naves volantes que van hasta las estrellas), acabarán dirigiéndose del sur de Inglaterra a las islas del Canal de la Mancha merced a unos avatares por momentos delirantes y plenos de comicidad, y por momentos emotivos, en tanto la amistad de los dos forajidos va consolidándose precisamente a partir de sus presupuestos ideológicos contrarios. Como el resto de las obras de Chesterton, La esfera y la cruz abunda en paradojas y aventuras que bordean lo insólito, hasta desembocar en una insurrección en un manicomio, desatada por el ateo y el católico, en una sucesión de cuadros tan disparatados como mordaces a través de los cuales hace Chesterton una crítica feroz de las instituciones psiquiátricas y de los médicos, así como de todo lo que convencionalmente se tiene por razonable y cuerdo.
Los artículos aquí recogidos vieron la luz por primera vez en las páginas del Daily News durante el periodo comprendido entre 1901 y 1911, cuando Chesterton iniciaba su viraje hacia el catolicismo. Pero lo más curioso de todo es que los manuscritos pasaron inadvertidos hasta que uno de sus compiladores los descubrió en 1958, más de veinte años después de la muerte del autor. Lo cierto es que probablemente sea esta una de las mejores selecciones de artículos y ensayos escritos por Chesterton. Esta vez no se trata de un tema específico, ya sea religioso, económico o moral. O al menos no sólo. Esta vez se trata de la vida misma, del profundo sentido que esconden los detalles, de los pequeños placeres como la lectura, los libros, la literatura. Un libro es, sin duda, un objeto sagrado. En él están las mayores joyas encerradas en el cofre más pequeño. Desde el primero de ellos el que da nombre a todo el volumen- es patente la imponente presencia de Chesterton y su extraña lógica para un mundo moderno como el nuestro. Una lógica tan sensata como insólita que favorece una proverbial advertencia a la anterior afirmación: Pero eso no altera el hecho de que cuando se valora más el cofre que las joyas ha empezado la superstición. Éste es el gran pecado de idolatría contra el que la religión nos ha advertido tanto. Los libros y la locura, y otros ensayos es, a fin de cuentas, una deliciosa lectura que combina el estilo más ágil de Chesterton con toda su frescura y profundidad.