El planeta Verne existe. Es una proyección imaginaria del planeta Tierra creada por la fantasía de su autor y retenida como una esfera más en el cosmos ideal de cada uno de sus lectores. Tal planeta paralelo al terrestre está trazado con geografía precisa y colmado de aventuras. Esa geografía verniana es el fundamento de un fabuloso mosaico de escenarios de emociones viajeras, con témpanos, remolinos, ciclones, selvas y turbadores paisajes subterráneos. Los tres libros que aquí se reúnen son muestra especial de tales lugares y aventuras. Dos de ellos, Claudius Bombarnac y César Cascabel, poco conocidos, son obras magistrales de Jules Verne, con las peripecias de dos viajes interminables a lo largo y ancho del planeta. En nuevas traducciones, a cargo de Mauro Armiño, y profusamente ilustradas con las imágenes originales de las ediciones de Hetzel, ambas novelas serán un descubrimiento asombroso y deleitarán al lector de cualquier edad. Son libros que hay que leer «con el mapa a mano en todo momento». El tercero constituye un ensayo de Eduardo Martínez de Pisón que describe como geógrafo, punto por punto, la totalidad del planeta Verne: sus polos, mares, islas, montañas, cavernas, volcanes, ríos, bosques, estepas, ciudades, caminos, el aire, la luna, los cometas y el futuro. Atento lector de la obra de Verne, Martínez de Pisón no busca el análisis de su narrativa, sino que recorre y anota aquella geografía que la sustenta en conexión con su fondo cultural. El planeta Verne es en parte real y en parte inventado, unas veces está y otras no en los mapas oficiales o en los manuales escolares, pero, con su propósito manifiestamente pedagógico, se convirtió en la «geografía» más leída en todo el mundo. Una geografía que en su época estaba aún haciéndose a golpe de exploración, témpano a témpano, selva a selva, manantial a manantial, isla a isla y risco a risco.