Así es como la historia de este extraordinario pueblo, mis queridos Guillem, Roger y María, llega a su fin, en sus aspectos más dolorosos, tras el optimismo de la grandeza, el desarrollo de las artes, la cultura, la industria, el comercio y la gloria de sus habitantes. El pueblo cordobés llegó a su fin diezmado, famélico y físicamente deshecho, aunque nos haya legado, a toda la humanidad, la grandeza de su cultura, que continua activa, vital, persistente, impresionante y absolutamente necesaria para entender la Historia del Hombre. Y también este es el fin de mi historia, mi Otra Historia de Córdoba, porque lo que pasó después, no lo recuerdo, ni deseo recordarlo, no lo he soñado, no lo he visto, tal vez perdí el interés, después de casi setenta años desterrado en otra tierra. Mi Córdoba es la de las callejas y plazuelas, fuentes y azahares, blancos y ocres. Posiblemente sea consecuencia de haber vivido tan lejos de ella, lo cierto es que mis sueños se niegan a soñar con esa otra Córdoba de las últimos siglos, donde los hombres, mediocres, sin talento ni criterio, con muy raras excepciones, han ido destrozando, y continúan haciéndolo, la esencia pura de cada rincón, de cada monumento, de cada puerta, de cada trozo de muralla, de cada callejón, aplicando mediocridad, y poca o ninguna sensibilidad, en nombre de un desarrollo engañoso y falso. Un desarrollo que no me interesa en absoluto, y que mis sueños se niegan a invocar, averiguar y muchísimo menos trasladárselos a mis nietos, de la historia más manipulada y sombría de mi Córdoba. Ni de la mía, ni de la nuestra.La Córdoba de mis sueños, que son mi otra historia, se acaba en el cosmos milenario, el que perdura, el que a poco que cerremos los ojos e intentemos, Como yo, soñar, lo descubriremos