Estamos en 1857, durante el Segundo Imperio francés, primero Flaubert por Madame Bovary, y luego Baudelaire, por Las flores del mal, son acusados por ofensas a la moral pública y religiosa. Acusados, además, por el mismo fiscal, el temible abogado imperial Ernest Pinard. Sin embargo, el primero es absuelto, y el segundo condenado. Y en ese contraste se juegan las diversas estrategias retóricas de los abogados defensores, pero sobre todo, la diferente posición de autor entre Flaubert y Baudelaire: mientras en este último todavía hay un yo lírico que se asemeja a la persona del autor, en Flaubert ya hay un distanciamiento entre el narrador y lo narrado que deja indemne la figura del autor.