A día de hoy no cabe rechazar las conquistas de las ciencias o desconfiar de ellas por sistema. Es innegable que su avance, ligado al de la tecnología, ha mejorado sustantivamente las condiciones de vida y ha extendido un bienestar que antes era privativo de una minoría. Oponerse a las ciencias es un mal para la fe, antes que para la propia ciencia. Sin embargo, también es verdad que, como decía Max Planck, la ciencia nos lleva a un punto más allá del cual no puede guiarnos. Las páginas de este libro rehúsan el cientificismo, que considera el método de la ciencia como el único válido para resolver todos los problemas de la existencia, pero también cualquier forma de oscurantismo ideológico, incapaz de reconocer los progresos de la racionalidad moderna. Sobre estas bases este volumen entabla un diálogo fecundo entre la ciencia y la fe, mercedor del calificativo de verdaderamente filosófico.