La biografía de Nicolás que Leandro puso al frente de las «Obras póstumas» de su padre refleja la personalidad de un hombre preocupado por la reforma artística y social, la renovación de las costumbres, una característica de la ilustración. A propósito de la abogacía que ejerció un tiempo escribe Leandro: " La práctica de los tribunales le dio a conocer muy presto que no era aquella la carrera que debió seguir. Lamentábase de la multitud, contradicción y oscuridad de las ya envejecidas leyes, del conflicto de jurisdicciones, de las clases privilegiadas, de lo arbitrario de los juicios, de la facilidad en admitir apelaciones, de la influencia funesta de los escribanos, nacida de la pereza o la ignorancia de los jueces, de los artificios legales que han hallado la malicia y el interés para que los pleitos se eternicen, del triunfo casi siempre cierto en favor del poderoso, casi nunca obtenido de la pobreza desvalida y oscura " . Cabe pensar que tras estas palabras se trasluce la pasión del hijo. Sabemos que la sátira es por definición denuncia; y así, cuando leemos en una suya algo tan actual como: " Ni sé cómo en el mundo se consiente / que un ciudadano tenga cien millones / y hambrienta perecer la pobre gente " , podemos seguir pensando que es un terceto de repertorio. Si el canto I del «Arte de las putas» es un alegato antibelicista y contra la hipocresía ambiente, no es difícil rebajarlo al nivel burlesco del asunto que trata. Sólo si doscientos años después Marcuse afirma que " el símbolo de la obscenidad no es una mujer desnuda que exhibe su pubis, sino el general que se pavonea de la medalla ganada en Vietnam " , podemos volver sin rubor los ojos al ilustrado Moratín.