Tal vez el primer sorprendido por el éxito del primer «Quijote» fuera el propio Cervantes. Escrito bajo el síndrome, no de la abstinencia, pero sí del fracaso, la fama del libro brindó su sombra protectora al resto de su pluma. A veces olvidamos que la mayor parte de la obra cervantina (todo este volumen y la mitad del anterior) fue publicada, si no escrita, en los tres últimos años de su vida. A la sombra alargada de aquel primer «Quijote», intentó volver a su «antigua ociosidad», es decir, al teatro. «Y, pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas añade, no sin cierta melancolía, volví a componer algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese
En esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso nada; y, si va a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el oírlo». Aquí no bromea Cervantes. Sus sueños literarios se habían nutrido de la «Poética» de Aristóteles. Pero Aristóteles no conocía el género novela. El discreto amigo del socarrón Cervantes prologuista, que tan reacio se mostraba a prologar un libro de(s)generado, le repetía que de los tales libros «nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón». El éxito del libro, que había sido alcanzado al margen de Aristóteles, lo animó a volver a él. Pero ya todos los pájaros teatrales se habían ido al nido de Lope, y así se conformó con imprimir las obras. «Aburrime y vendíselas al tal librero, que las ha puesto en la estampa como aquí te las ofrece. Él me las pagó razonablemente; yo cogí mi dinero con suavidad, sin tener cuenta con dimes ni diretes de recitantes». Por fortuna, nunca perdió el humor ni la paciencia.