Aunque murió pocos días antes de cumplir 40 años, Manuel Llano (Sopeña, 1898 - Santander, 1938) dejó tras de sí una obra de inusitada madurez que ha merecido encendidos elogios de Miguel de Unamuno, Gerardo Diego, José Hierro o José María de Cossío, entre otros muchos. Su prosa impregnada de poesía y de amor por las cosas sencillas, logró traspasar el círculo de sus lectores habituales y superó las montañas de Cantabria con la edición de Retablo infantil y otras estampas (Anaya, 1992). A muchos sorprendió, entonces, el deslumbrante estilo de tan singular autor. En el año de su centenario ve la luz esta edición nacional de sus Obras Completas, cuidada por Celia Valbuena y Jesús Herrán, que culmina un prolongado anhelo y hace justicia a uno de los mejores escritores que han dado las letras españolas contemporáneas.