Nunca llegaré a Santiago es mucho más que un diario del Camino de Santiago realizado por un ateo, o un retrato de la España chusca que el caminante se encuentra a su paso. Es un libro misceláneo en el que se mezclan lugares únicos, personajes inolvidables, afiladas observaciones y apuntes sobre arte y arquitectura; todo ello hilado con un fino humor y con certeros alfilerazos, que hacen de esta narración un texto inolvidable. Un relato en el que el placer de caminar y la comida juegan un papel muy importante. De Roncesvalles a Finisterre, Morán recorre una ruta que es sustancialmente diferente a la de hoy en día, un Camino que ha mutado de sendero solitario a autopista con atascos; el tiempo transcurrido desde su escritura y el cambio de época acaecido hace aún más atractiva la narración; también el salto tecnológico —la ausencia de los omnipresentes teléfonos móviles, principalmente— que dibuja un modo de vida ya casi olvidado, como si hubieran transcurrido veinte siglos, en vez de veinte años. Las agudas descripciones, las sabias reflexiones, los paisajes, los paisanajes, los problemas con el clero, las condiciones materiales del viaje, los ocasionales acompañantes y las relaciones humanas que se generan en el trascurrir de los días, observados por la filosa mirada de Morán hacen que no exista un libro parecido sobre la ruta jacobea.