De acuerdo con el crítico Steve Voce, « Charlie Parker fue tal vez el genio más ingobernable desde Van Gogh. Los flagelados por el ciclón de su vida podían estar seguros de padecer cualquiera de las calamidades situadas entre la consternación y la muerte, aunque algunos afortunados lograran escapar con lesiones menos graves. [
] La palabra pantagruélico podría haberse inventado para calificar sus apetitos: todo lo llevaba al extremo, ya fuera la música, las drogas, la comida o el sexo». Y sin embargo, quienes lo amaron, admiraron y sufrieron no conseguirían recordarlo sin nostalgia: aquel endiablado torbellino, aquel desvarío filarmónico, aquel monstruo, había sido demasiado bello para alojar el rencor en la memoria. La memoria que recorre estas páginas. Charles Parker Jr. murió derrotado por la explosiva intensidad de su propia existencia mientras veía la televisión en el apartamento neoyorquino de la baronesa Nica de Koenigswarter. Sólo tenía treinta y cuatro años, y durante los diez anteriores había revolucionado el jazz con su saxo alto y la valiosa colaboración de individuos como Miles Davis, Charles Mingus, Dizzy Gillespie o Thelonius Monk. Fue este último quien supo definir el programa y el espíritu de aquel disturbio mediante esta declaración de malas intenciones: «queríamos hacer una música que ellos no pudieran tocar». «Ellos» eran los músicos blancos que ocupaban las ondas y los escenarios con el amable swing de sus grandes orquestas. Bird se fue de este mundo con el cuerpo vencido, pero había ganado la batalla del bebop, una victoria cuyas notas nunca han dejado de sonar desde entonces. Y esa batalla lo convirtió en el icono del artista hechizado por sus propios demonios e inmolado en el altar de la energía creadora, en el santo casi fantasmal venerado por los poetas de la generación beat, Julio Cortázar, Jean-Michel Basquiat o Clint Eastwood. Este libro, originalmente publicado en 1962, es la historia de Charlie Parker contada por sus colegas, familiares y amigos, incluidas las celebridades arriba citadas. A través de esos testimonios (siempre cálidos, a veces cómicos, con frecuencia dramáticos) emerge la figura de un ser humano tan contradictorio como cautivador y el aire de un período mítico en la historia del jazz.