El imaginario social construido desde la década de los ochenta está plagado de perversiones ideológicas: desde el pensamiento único, que aboga por la imposibilidad de cuestionar el capitalismo, hasta el inevitable choque civilizatorio entre Oriente y Occidente, que mantiene que los musulmanes del mundo se unirían para destruir la civilización judeocristiana. Si bien es cierto que no se ha dejado de pensar al margen del capitalismo, también lo es que los musulmanes se matan entre sí por miles en Iraq, Afganistán, Siria, Yemen, Libia, Egipto Aunque se intenta imponer la idea de que esas matanzas y guerras responden a un conflicto religioso, el que enfrenta a chiíes y suníes, No es la religión, estúpido demuestra que la conflagración desencadenada surge de un elaborado plan del Pentágono para reconfigurar el mapa político de Oriente Próximo, amplificado posteriormente por el pulso que sostienen las elites de las cuatro potencias regionales Irán, Arabia Saudí, Israel y Turquía por aumentar su periferia de seguridad y por controlar las ingentes reservas petrolíferas y de gas de la región, las rutas comerciales terrestres y marítimas, y, finalmente, dominar el mercado entre Asia y Europa. La religión se revela así como la tapadera para guerrear por intereses económicos, tanto de Oriente como de Occidente.