Un misionero y filólogo aterriza en mitad de la jungla amazónica con dos objetivos: va a aprender el endiablado idioma de esa tribu casi virgen, los pirahã, a los que nadie ha conseguido entender, ni enseñar otras lenguas. Y va a traducir para ellos la Biblia y a descubrirles la fe. Así empieza una de las aventuras lingüísticas más curiosas de las que se tienen noticia: intentando aprender el idioma de los pirahã, viviendo entre ellos, tratando de desentrañar su vida y su cultura, al narrador se le caen nada menos que las tesis de Chomsky, eso de que existe una gramática innata para todos los seres humanos. Los pirahã no usan los números, no hablan en pasado ni en futuro, sus frases nunca tienen más de dos verbos y no relatan tradiciones: ni dioses, ni mitos, ni los orígenes del universo. Por no tener, no tienen ni colores. Y en vez de buenas noches, dicen no duermas, hay serpientes. Sin embargo, Everett, con su cuaderno y su grabadora, aprende pirahã, y al aprender la lengua aprende la cultura. Lo que sucede después (¿acaban todos leyendo la Biblia?) ya hay que leerlo.