La literatura francesa constituyó para Nietzsche un acceso privilegiado a la sensibilidad, ansiedades y esperanzas del hombre moderno; sobre todo la lectura de Baudelaire le facilitó una vívida imagen de las amenazas al individuo en la entonces incipiente cultura de masas. Los indicios de esta cultura fueron objeto constante de la crítica de Nietzsche, cuya insistente polémica en favor de lo individual no supuso, de todos modos, obstáculo alguno para que la avalancha nacionalsocialista elevara a Nietzsche al panteón de los inspiradores de ese movimiento. Su monumentalización fascista, sin embargo, no puede ser achacada sin más a la obra de los intérpretes: la metafísica de artista, mediante la cual aclara el joven Nietzsche la conexión de Grecia con la modernidad, oculta una consideración de los mecanismos de la cultura que desemboca en una utopía política marcadamente autoritaria.