A veces los arquitectos nos hemos creído tanto el papel de genio inalcanzable y heroico —que alguien diseñó para nosotros— que hemos acabado por olvidar a aquel niño, aquella niña, que pintaba casas de tiza en el suelo. Que preguntaba siempre por qué. Estos textos, compulsivos, indignados, serios y divertidos, escritos desde un profundo amor por la arquitectura, forman parte de una reflexión constante sobre la disciplina, entendida como un ecosistema complejo que va de la política a la moda, de las universidades a los estudios donde toda una generación de jóvenes profesionales rema a ritmo de galera, de nuestros lugares comunes —de los que reírse, cómplices— a nuestros fantasmas más oscuros —de los que desprenderse, juntos—. Dejen salir al niño curioso que todos hemos sido.