Tal es pues la tesis que pretendo examinar dentro de este noveno volumen de este Último Reino. Lo poco que deseamos con tanto fervor nos espera más lejos, irreconocible, impensado. Lo poco que podemos pensar surge como un mendigo cerca de una puerta, que sólo lo más viejo en nosotros reconoce, que en todo caso divisa si tiene el valor de hacerlo. El pensamiento husmea el espacio como el olfato. Huele. Capta algo del mundo que llega sin que lo retenga. Sin cesar nos dirigimos hacia ese poco que de pronto va a abrirse en el éxtasis (o a perderse en el éxtasis extremo, definitivo, de la muerte). Pero en ambos casos se trata de lanzar una mirada sobre el abismo, aspirando al abismo, bailando al borde del abismo. Agrego esta consecuencia sorprendente: La madurez define la estación en que los aromas se esparcen en el aire y se dirigen hacia sus principales predadores. La edad es la puerta de la belleza. P. Q.