El Misangelio y La memoria de Quevedo son, por tanto, la burla de un dios adusto y la invención de un dios ridículo
una teología desrealizada y una religión apócrifa: un Lucifer manso que ríe y un Dios poderoso que amenaza; un desengaño literario que urde un descreimiento doctrinal, testimoniando cómo los siglos quitan valor a la muerte de Jesús al hacer dichosas las décadas que preceden a su advenimiento, o hallándose los hombres tan crueles como poco antes de su suplicio.