El artista italiano Medardo Rosso (1858-1928) es, sin duda, el gran pionero de la escultura moderna. A pesar de la ceguera historiográfica que persistió durante décadas, su importancia ha sido reconocida por los artistas de su tiempo y por las principales figuras del arte del siglo XX. Degas, Boccioni (quien lo convirtió en referente de la escultura futurista), Brancusi, Giacometti, Fontana, Anselmo, Thomas Schütte y Juan Muñoz han reconocido la importancia duradera de su legado. A través de una amplia selección de sus esculturas, casi todas sus fotografías y dibujos, sus escritos y cartas, esta completa monografía destaca la complejidad del proceso creativo de Rosso y, especialmente, su exploración de los límites de la forma y la materialidad. Rosso no era un escultor en el sentido tradicional. Evitando la madera y la piedra, trabajó con materiales dúctiles y frágiles como yeso y cera, que se prestaron a la representación de efectos efímeros y formas sutiles. Produjo múltiples versiones de sus obras, variando las formas y los materiales. Para Rosso, la escultura y la visualización de la escultura estaban indisolublemente unidas, y la fotografía, que llegó a constituir el movimiento definitivo desde el punto de vista del espectador, le permitió llegar a su objetivo final: alcanzar una forma insustancial. Como observó Luciano Fabro, en una esclarecedora entrevista concedida en abril de 1996, [hasta entonces] la escultura se había limitado a quitar o agregar materia a un núcleo; Rosso va más allá al proponer que cuando la mirada pasa sobre algo, quita o agrega materia, quita y agrega sujeto".