Cuando el infante Alfonso entró en Sevilla acompañando a su victorioso padre, Fernando III, no es probable que imaginara la trascendencia que iba a tener en la posterior historia de sus reinos la eficaz actuación de la escuadra de galeras que había realizado el bloqueo de la ciudad hispalense. Ni siquiera es probable que supiera que, en un par de años, él mismo iba a ser el artífice de la creación del Almirantazgo, la institución que aglutinaría todos los asuntos referidos a la política naval de Castilla, ni que eso, unido al repartimiento de Sevilla, constituiría los sólidos cimientos sobre los que formar una Marina de Guerra.El impulso conquistador del Rey Santo implicaba llevar la cruzada al otro lado del Estrecho de Gibraltar, abanderando el fecho dallende que habría de terminar definitivamente con el poder musulmán en la península. Sin embargo, el ímpetu castellano terminó tan pronto se dio cuenta Alfonso X de la falta de medios para acometer tamaña empresa. No obstante esta fallida extensión de la cristiandad al otro lado del Estrecho, la Marina de Guerra de Castilla ya había comenzado su andadura, que la conduciría, a veces de manera abrupta e interrumpida, a veces mediante esfuerzos continuados, a consolidar el poder castellano sobre la mayor parte del territorio hispano, en un amplio recorrido que se extiende desde sus orígenes tras la conquista de Sevilla en 1248 hasta la unión dinástica de los reinos peninsulares en las figuras de los Reyes Católicos. Son casi doscientos años de historia a lo largo de los cuales se consolida el poder naval de Castilla no solo frente al tradicional enemigo musulmán, sino también ante las restantes potencias europeas, inmersas junto a los castellanos en la espiral bélica en cuyo seno se fraguó y consolidó la Marina castellana como la dominante del panorama europeo, cuya principal consecuencia, fuera ya del ámbito cronológico de este libro, será la conquista de América.