Un libro con el título Manual de sabiduría puede parecer presuntuoso y hasta fatuo, porque semejante nominación está reservada a unas pocas obras en la historia de la filosofía. No lo es, porque no es ese el propósito que lo anima, sino otro mucho más cercano y realista de abordar cuestiones ordinarias que atienden a problemas reales, cuyo atisbo de solución puede avistarse en la especulación reflexiva y en el pensamiento en profundidad, bajo el signo de la sensatez, la moderación, la humildad y la honestidad. Sería un libro a situar en la llamada «filosofía para la vida» y, todavía mejor, «filosofía habitada», orientado, en su modestia, a encajar en el molde supremo socrático de que «la verdadera virtud consiste en saber». Ochenta pensamientos exclusivos del autor constituyen su corpus, la mayoría atinentes a cuestiones de filosofía práctica, pero con puntuales referencias también a materias sociológicas, cosmogónicas, antropológicas o políticas, porque en nuestros días intentar aislar al hombre pensante en la estricta esfera especulativa es algo, si no imposible, sí al menos poco adecuado, ya que el mismo se mueve en un entramado teórico-práctico que abarca facetas de varia índole y lo impregna de señalamientos de muy diversa naturaleza, origen y consecuencias. Baste considerar al respecto la afirmación pragmatista anglosajona de que «todo progreso filosófico implica un perfeccionamiento democrático». A diferencia de otros libros del autor, este contiene pocos nombres y pocas frases entrecomilladas, por lo que, incluso, carece de índice onomástico, ya que se ha querido con él buscar alguna suerte de síntesis perceptible entre los múltiples requerimientos personales especulativos que asaltan desde hace años al que lo escribe, incluidos los atinentes, en profundidad, a nuestra preocupante España política. Quizá se busca en él y por él intentar algún tipo de armonía entre el pesimismo y la confianza en la redención humana.