La sensación de agarrar la pelota y ser consciente de tener detrás millones de ojos pendientes de lo que tú hagas es inigualable. Pueden ser diez o quince segundos, pero transcurren lentamente, los saboreas, los digieres, alguna vez te toca ganar y otras perder, pero ese sentimiento te atrapa y quieres que los instantes medidos no huyan a la carrera como disparados por un cañón de adrenalina. Hasta que se acaba. Y entonces, ya no habrá más flashes, ya no habrá más cámaras, no habrá más ojos pendientes de tus acciones .