En la guerra los soldados no sólo tienen que luchar contra el enemigo, sino también enfrentarse a un contendiente invisible que los desmoraliza y les resta ánimos para afrontar los peligros. Un enemigo que se llama soledad y que puede llegar a constituir la antesala de la cobardía. Los mandos militares han tratado siempre de mitigar este sentimiento procurando que sus hombres puedan comunicarse fácilmente con su familia o buscando para ellos «amigas postales» que les escribieran y les enviaran regalos. Ésas son las madrinas de guerra, de quienes poco se sabe hoy día. Sin embargo, durante la Guerra Civil se convirtieron en una figura clave para sostener la moral del soldado en el frente. Entre 1936 y 1939, numerosas jóvenes españolas mantuvieron correspondencia con los militares que participaron en la contienda fratricida, al igual que habían hecho las francesas y las belgas en la Primera Guerra Mundial. De una de ellas, Carmen Sánchez Fernández de Tejada, se han recopilado en este libro las emotivas misivas que recibió de sus numerosos ahijados, que nos ayudan a comprender sus vivencias, sus esperanzas y también su desconsuelo ante tanta muerte y desolación. Como afirma Dulce Chacón en el prólogo, estas cartas son expresión de «un hombre solo, que entretiene la espera con el sabor del lenguaje. Un hombre que conjura el tedio con la ansiedad del náufrago que espera su botella, en la esperanza de que una mujer responda a su misiva. Un hombre desolado, que reclama la atención de una mujer, desconocida en muchas ocasiones, para que su tiempo no se enrede en el miedo, en la muerte que acecha».