La vida de Kant fue notable, no tanto por sus incidentes, como por su pureza y dignidad filosóficas no interrumpidas. Kant nace en la ciudad de Könisberg (antigua Prusia) en 1724. Sus padres, de condición social humilde, consiguieron que su hijo recibiera una buena educación gracias a la ayuda de un tío y un mecenas aristócrata sabedor del buen fondo del matrimonio. Estudia en la Universidad de Könisberg y en 1770 le asignan la cátedra de matemáticas, que pronto cambiará por la de lógica y metafísica. Para tal ocasión escribió un discurso donde se intuían ya las bases de su pensamiento filosófico, bases que cobrarán suma importancia en 1781 con la publicación de la Crítica de la razón pura. Pero lo que de Quincey nos presenta aquí no es una biografía al uso, sino un recorrido por los últimos momentos de vida del filósofo, cuando estaba ya aquejado de una enfermedad que lo sumió en la más absoluta decrepitud, pero en la que de vez en cuando surgía la chispa del genio, el torrente de ideas y pensamientos que nos legó el gran filósofo de Könisberg, una de las mentes más preclaras en la Historia de la Filosofía.