En la ciudad de Henoc, construida en el desierto para albergar exconvictos e inmigrantes ilegales, Agustín, guardián de la biblioteca, se encuentra implicado en una trama que lo lleva a enfrentarse a las autoridades. Mateo, su maestro en el orfelinato donde creció, pertenece a una secta religiosa que cree en la existencia de un traductor capaz de descifrar el idioma que mantiene viva la comunicación entre los seres humanos y Dios. Este involucra a Agustín en la búsqueda del próximo discípulo que habrá de mantener un diálogo con lo divino. Es así como la poeta y narradora Marta López-Luaces desvela su propia angustia ante los más profundos conflictos humanos que –inevitablemente– se entrelazan con el tejido social. Esta lucha –siempre interior–, extrapolada en la novela, se nos revela histórica a causa de la pugna por el poder que incesantemente se ha dado entre la iglesia y los representantes del estamento laico.