En abril de 1998, Michi Panero me llamó para que fuera a verle al apartamento que tenía alquilado en la calle de Juan Bravo. Al final de aquella velada, sacó un montón de carpetas, diez o doce, de diferentes tamaños y colores: eran el tesoro maldito de los Panero. "Haz lo que quieras con ellas", me dijo, "pero llévatelas de aquí". Yo tenía 22 años por aquel entonces y decidí guardarlas con mucho cuidado, pensando que algún día tendría el ánimo y la capacidad para abrirlas de verdad. JAVIER MENDOZA
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