En las primeras páginas de este libro se señala que cuando empezamos a trabajar con familias y parejas no sabemos lo que nos vamos a encontrar. Sólo sabemos una cosa: que aceptamos atenderles para ayudarles a caminar y a resolver sus dificultades. Eso es cierto, pero creo que no completamente cierto. No sólo sabemos una cosa. Sabemos muchas más cosas. A lo largo de los años nos hemos formado como psicólogos y, lo sepamos o no, hemos acumulado una gran cantidad de conocimientos teóricos y aplicados. Nos habremos especializado en el uso de algunas herramientas de evaluación, tests y de algunos conocimientos concretos propios de una escuela u otra. Habremos leído libros de especialización en una enfermedad o en un enfoque terapéutico. Seguro habremos asistido a cursos monográficos o de profundización en temas concretos. También habremos estado en algún congreso para estar pendientes de los últimos avances sobre una enfermedad, o sobre las nuevas tecnologías en los tratamientos
. Esto forma parte de las cosas que también sabemos, aunque no seamos conscientes de ello. En el campo de las lesiones cerebrales es común el término anosognosia. Éste hace referencia a la falta de conciencia de las dificultades que suelen mostrar algunos pacientes con una lesión cerebral. Muchos de ellos consideran que su rendimiento cognitivo es perfectamente normal y, sin embargo, éste se puede verse gravemente alterado, mostrando importantes dificultades de lenguaje, memoria, atención, percepción o resolución de problemas. Estos pacientes no son conscientes de las dificultades que presentan por muy evidentes que sean para el resto de personas que les rodean. Algunos autores han tratado de explicar cómo funciona esta falta de conciencia de las dificultades. Entre ellos destaca Fleming que, en 1996, dividió la conciencia de las dificultades en tres niveles de gravedad. En un primer nivel, el conocimiento del déficit, en el que los pacientes conocen lo que les pasa porque lo han oído en muchas ocasiones, pero realmente no identifican esas dificultades como algo propio. En segundo lugar, la conciencia de las consecuencias de las dificultades, algo que permite que los pacientes detecten pequeñas dificultades en el día a día, como la pérdida de las llaves de casa, que llegan tarde a las citas (o el olvido de las mismas), o que se encuentran más irritables, pero no piensan que estas dificultades afectan realmente a su desempeño cotidiano y, desde luego, no ven que tengan algún impacto sobre su futuro. Por último, en un tercer nivel, se encuentra la situación en la que los pacientes conocen sus dificultades, detectan los errores, pero, sobre todo, son conscientes del impacto que eso puede tener sobre sus vidas en el medio y largo plazo, y actúan en consecuencia. En algunos casos la situación es más grave y los pacientes desconocen por completo que han sufrido una lesión cerebral. La afectación de determinadas estructuras de la corteza prefrontal del cerebro justifica esa dificultad para observar de forma más o menos objetiva el propio rendimiento. Es la falta de conciencia de las dificultades del paciente. Algunos autores señalan que sólo la toma de conciencia de los problemas ayudará a que los pacientes pongan en marcha estrategias para minimizar el impacto de esas dificultades. Pero ¿existe la falta de conciencia de las dificultades en el terapeuta? ¿existen terapeutas que desconocen sus limitaciones como tales? ¿existen quienes piensan que los pequeños errores que cometen como terapeutas en realidad no tienen un grave impacto sobre nada? Conocer los aspectos teóricos acerca del funcionamiento de las relaciones sociales, las relaciones familiares, las emociones
conocer las herramientas terapéuticas, los mecanismos que rigen y funcionan en el ámbito de la terapia
. Disponer de todos estos conocimientos es condición necesaria para detectar los problemas, ordenarlos y poder intervenir en ellos. Las dificultades reales de los pacientes y los aspectos relevantes de la terapia no son siempre evidentes. Sólo la adecuada interpretación de lo que se observa y de lo que recibimos de la familia permitirá una toma de decisiones correcta. Y la única forma, a mi juicio, de realizar bien esta interpretación es que se haga desde el conocimiento adquirido a lo largo de los años. Quien desconoce los aspectos teóricos relacionados con la terapia no podrá interpretar adecuadamente lo que ahí está ocurriendo. El conocimiento es, por tanto, nuestra principal herramienta como terapeutas. Seguro que quienes pensamos que aún nos falta mucho por aprender, encontraremos aquí muchas respuestas que nos asistirán a mejorar cada día en nuestro trabajo cotidiano. Como en el caso de los pacientes con daño cerebral, sólo la toma de conciencia de nuestras limitaciones nos pondrá en el camino para resolverlas. Debemos tener en cuenta lo que Mark Twain dijo: no es lo que sabes lo que te mete en problemas, sino lo que crees que sabes pero no es así. Estoy seguro de que para conseguir encontrar la salida de los laberintos de la terapia hacen falta dos cosas: estudio y experiencia. En estas páginas se recogen más de 50 años de ambas cosas.