Los homenajes del escritor y pintor Ramón Gaya (1910- 2005) constituyen una singular versión del gesto que quizá mejor caracterice el arte moderno: la obra que reflexiona sobre sí misma remontándose a los preliminares de su crea - ción. Pero Gaya no sólo expone la génesis de sus cuadros, sino que además lo hace con humildad: atribuye el impulso creativo a la admiración. En los homenajes Gaya siempre se muestra a punto de pintar por aproximación a sus más venerados antecesores, a los que convoca a su estudio citándolos selectivamente. Y en esta voluntad de sintonía con sus maestros se manifiesta su idea de la pintura, pura potencia que insiste, impersonal; que fluye y repercute a contrapelo del tiempo. No es extraño que en algunos de los homenajes de Ramón Gaya el pintor haya sido sorprendido acechando: reflejado en la superficie del piano o en un rincón del espejo. Pues, como señala Miriam Moreno (2010, 144), los homenajes de Gaya son un buen ejemplo del arte comprendido desde el artista, según lo entendía Nietzsche: en ellos el pintor es a la vez el que contempla y el que pinta. En los homenajes Gaya nos abre la soledad de su estudio, pero no lo vemos pintar directamente, sino que asistimos a la profundización de su mirada, en contacto con la del pintor elegido, tomado como ejemplo. Al observarlo críticamente, destacando ciertos rasgos superiores, se enriquece. En los homenajes Gaya, citando, cultiva esa atención extrema que, según su admirada Simone Weil (1994, 154), constituye en el hombre la facultad creadora.