El Concilio Vaticano II reconoció solemnemente la misteriosa y operativa presencia de la Iglesia en la existencia y en la acción de los laicos señalando que "están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos" (Lumen Gentium). Sin embargo, este novedoso mensaje está aún a la espera de una auténtica toma de conciencia por parte de los mismos fieles laicos, de una mayor profundización teológica y de una verdadera asimilación en el plano pastoral.