En julio de 1945, apenas dos meses después de la caída de Berlín, se publicó un libro excepcional, pero que pasó prácticamente inadvertido en el alud informativo del momento. Su autor no era escritor profesional ni historiador ni periodista (de hecho, no volvería a publicar nada más), sino un joven español que se había traslado a Alemania en 1943 para estudiar ingeniería de caminos. El tiempo, y los miles de obras publicadas sobre la Segunda Guerra Mundial, no le han restado valor a su testimonio, escrito en un estilo directo, sin énfasis retórico alguno, sin compromisos ideológicos. Los hechos que creíamos que nos habían sido contados desde todos los puntos de vista se nos ofrecen ahora con una perspectiva inédita. Para conocer cómo vivió Alemania los años finales del nazismo, esta apasionante crónica, en la que abundan los «pequeños detalles exactos» que tanto le gustaban a Stendhal, vale más que muchos gruesos tomos de la historia oficial. Los cien últimos días de Berlín, el conmovedor testimonio de un hombre común sobre unos acontecimientos que cambiaron el mundo, se lee hoy como un ejemplo del mejor periodismo, esa novela sin ficción. Antonio Ansuátegui es un escritor fantasma del que nada sabemos sino lo que dice de sí mismo en su libro, que es bien poco. Podemos conjeturar que un español que decide ir a Berlín, a mediados de 1943, en plena guerra mundial, a terminar una carrera técnica, es alguien sin demasiadas obligaciones familiares, nada apocado, de entre veinticinco años y treinta años y que ha vivido muy de cerca la reciente guerra civil, desde luego en el bando nacionalista, pero sin grandes entusiasmos. Aparte de este libro, no publicó ningún otro. Ni siquiera parece que publicase artículos en los diarios y revistas de la época. De Los últimos cien días de Berlín no se han encontrado referencias en ninguno de los principales medios de ese tiempo, aunque no es descartable que en algún momento aparezca alguna. El libro no debió de ser mirado con excesiva simpatía en el bando vencedor en la guerra civil pues no era nada ideológico y sorprende que ni siquiera se citen en los nombres de Franco o de Falange. El colofón de Los cien últimos días de Berlín está fechado el 10 de julio de 1945. Teniendo en cuenta que los soviéticos terminan de tomar la ciudad el 2 de mayo y que solo unos días después nuestro autor emprende el viaje de regreso a España en compañía de un grupo de trabajadores franceses y a pie, la llegada a España, a Barcelona más concretamente, tuvo que tener lugar una o dos semanas más tarde, lo que no deja más de otros quince o veinte días, como mucho, para la redacción del libro. Explica ello el apresuramiento con que parece haber sido escrito y los dos o tres errores que encontramos en sus páginas; perfectamente disculpables en alguien que escribe con toda rapidez, urgido por sus editores, con la esperanza de ganar algún dinero. El libro fue publicado en la colección «Grandes actualidades» de Mateu Editor y de él se hicieron dos ediciones, una en tela y otra en rústica, en 1945. En 1973 fue reeditado por única vez. Pocos han sido los que contaron en un libro la caída de Berlín a principios de mayo de 1945. Uno solo español, y no era un fascista.