Prisionero de los moros en el Sáhara, cautivo de las cumbres de los Andes, explorador de los cielos de la noche, luchador en las feroces tormentas ecuatoriales… Mermoz, hombre audaz y extraordinario, gigante de la aviación de línea, se ofreció a los vientos como un árbol y jamás acusó el peso de sí mismo; consideraba su entregada y peligrosa vida entre motores y hélices, sobre desiertos y selvas, ríos caudalosos y altas montañas, sobrevolando la inmensa extensión del océano, algo simple, natural y comprensible: para él, el accidente hubiera sido morir en una cama.