El caudal imaginativo, en la primera década del siglo XXI, es incesante [...]. Al mirar a nuestro alrededor es como si estuviéramos entre los vestigios de una cultura ya obsoleta y en retroceso, mientras todo un mundo de nuevas formas quisiera emerger, aún sin nombre ni norte. Llamamos a eso futuro [...]. Entre las formas que quedan y las que llegan, poco hay que indique una nueva belleza, aunque fuese terrible. Más bien todo resulta fungible, muy pasajero, altamente perecedero, carente de aquella aura que en tiempos clásicos otorgan la belleza, la armonía, el afán de perfección.