Dice Falsarius que esto no es un libro, es una putada. Como el Necronomicón o cualquier libro de esos malignos que siglos atrás condenaban y prohibían, porque su contenido nunca debería ser revelado. Un libro que podía haber sido escrito por H.P. Lovecraft, Poe o algún loco de esos, pero que le ha tocado escribir a él y ha sido su particular viaje al corazón de las tinieblas. Y no es por quitarle misterio, pero seguramente no es ajeno a sus palabras el hecho de que mientras lo redactaba, y entre pruebas, experimentos y una cierta vida sedentaria, engordó cuatro kilos. Y eso duele. Porque lo cierto es que es este un libro sin pompa ni circunstancia, fruto del hambre y no de la codicia. Un libro para cuando la gusa te sorprende de sopetón y necesitas un postre rápido y entrañable que te acompañe en las horas bajas, para cuando quieres demostrarle al mundo que tú eres mucho más que esos espaguetis carbonara un tanto tristes que cocinas siempre. Un libro que engordará tu autoestima (y no sólo tu autoestima) y ampliará tus horizontes (y no sólo tus horizontes). Un libro de cabecera para los que se levantan a asaltar la nevera a media noche. Un libro para esos seres indómitos que un día sacaron a la báscula de su jaula y la lanzaron a volar libre por la ventana, y que ahora debe ser feliz porque no ha vuelto. El libro soñado de Alicia la hambrienta en el país de las maravillas. La isla del tesoro de los que navegan despistados por la procelosa cocina deshabitada de su casa. Un libro perfecto para los sabios que han comprendido que la belleza está en el interior. Que todo flaco encierra dentro un gordo que lucha por salir.