El libro de Job ofrece a sus lectores una profunda reflexión que siempre ha atraído la atención de los pensadores, tanto en el ámbito religioso como filosófico: caos o armonía, diseño ordenado o azar incontrolable. A idéntica reflexión nos invita este libro, si bien dentro de unas coordenadas estrictamente humanistas y teológicas. Entreverado de otras matrices de pensamiento más o menos secundarias (posibilidad de una religión desinteresada y sentido de la aparente orfandad del ser humano y del sufrimiento inexplicable), el libro de Job presenta dos posturas irreconciliables. Un piadoso potentado, arrastrado caprichosamente por la divinidad a la más desolada intemperie, arremete contra su dios bordeando la blasfemia, acusándole de crueldad prevaricadora y de sustentar un proyecto cósmico y social caótico y amoral. Esta postura egregia es atacada con virulencia por tres amigos, tres teólogos gregarios (ciegos lazarillos de ciegos) que insisten hasta la extenuación en la armónica justicia divina, que premia a los buenos y castiga a los malos. La intervención final de un deus ex machina conduce a Job fuera de sí mismo y lo guía por otras vías argumentables, que desembocan en una nueva comprensión de la realidad por parte del héroe y, sobre todo, en una renovada autocomprensión. La conclusión final no sustenta la ecuación caos o armonía, sino la de caos y armonía. El propio Yahvé acaba reconociendo sus propias dificultades para controlar los elementos caóticos que, a cada paso, ponen en peligro el cosmos sideral y el cosmos social. Caos y armonía coexisten (¿deben coexistir?) en un delicado equilibrio inestable.