La muerte de su padre obliga a David a hacerse cargo de su legado. Entre sus pertenencias encuentra algo inesperado: las cartas de amor de otro hombre. Desconcertado por el descubrimiento, decide visitar al supuesto amante de su progenitor y descubrir la verdad. «Las heridas del viento» muestra dos fuerzas —la paternofilial y la amorosa— y las pone en conflicto porque ofrecen perspectivas contrapuestas de unos mismos seres. Pero en esa lucha está la riqueza, la porosidad, el valor de semejante visión que a un tiempo enaltece y desmitifica al objeto de atención. Juan Carlos Rubio, una vez más, ha acertado plenamente al disponer esta ruta por las entrañas del ser y la apariencia, del deseo y la realidad, de lo soñado y lo real. Ha creado dos personajes —o tres— que parecen de una pieza, pero no lo son, y es en la perfección con que expone a nuestra visión tanta ambigüedad y polivalencia donde radica una más de las muchas virtudes de este autor. Esta obra es una obra mayor del teatro contemporáneo.