La novedad básica de esta obra radica en que las bienaventuranzas son estudiadas exclusivamente como maneras o modalidades de amor. «La pobreza, la mansedumbre, la misericordia, etc., todos estos sustantivos representan nada más que adjetivos del amor, el cual se revela como un amor pobre, manso, misericordioso, etc.». Ocho maneras de amor que engendran ocho formas de dicha, pues las bienaventuranzas constituyen, ante todo, un mensaje de felicidad. Cabodevilla insiste una y otra vez en el carácter paradójico de esta felicidad, inherente a unas situaciones o a unos estilos de vida que nunca dejarán de ser penosos, desgraciados y probablemente irrisorios. En la segunda parte del libro, dedicada a las bienaventuranzas en general, desarrolla más ampliamente el tema de la paradoja en cuatro títulos que son cuatro antinomias: «Dichosos los desdichados»; «Alegría en la tribulación»; «Plenitud de la ley y abolición de la ley»; «El que pierda su vida, la salvará». La obra se cierra con un canto al Hijo del hombre, «primer bienaventurado». Según el autor, la vida de Jesús constituirá siempre el único comentario necesario y suficiente a las bienaventuranzas.