Las Bienaventuranzas son la gran «Carta Constitucional» del Cristianismo: hablan de un ya ahora feliz, que es crecimiento humano en plenitud, y de un todavía no, que será don de Dios. ¿Pueden constituir un horizonte y una dirección también para la misión educativa? El autor de este libro está convencido de que sí. A la luz de las Bienaventuranzas, educar se convierte en un trabajo con confianza, una siembra con serenidad, un crecimiento con optimismo. También para los que se declaran «no creyentes», las Bienaventuranzas pueden resultar humanizadoras: refuerzan la interioridad y promueven todo lo que es humano, tanto en el educador como en las generaciones para educar.