"Bastantes científicos —escribe el autor en la introducción a este libro— saben que investigar el cerebro es más importante que investigar el alma, que vale más intentar descubrir una nueva especie de insecto que un nuevo demonio, que es más urgente calcular los riesgos del choque de un meteorito o el calentamiento global que la fecha de llegada del Anticristo. Pero, extrañamente, esos mismos científicos quieren dejar las cosas en su santo sitio. Aunque a muchos les parecerá probablemente una tontería el tipo de cosas que se estudian y discuten en las facultades de teología, no quieren sabotearlas. Siempre y cuando haya recursos financieros destinados a los laboratorios, no hay mayores objeciones para que los teólogos tengan sus facultades. En este libro deseo criticar este conformismo por parte de los científicos. Estos presentan objeciones a la alquimia, la parapsicología, la astrología o la homeopatía, pero callan frente a la teología."