Tanto en la política como en la cultura, tanto en la vida cotidiana como en la vida pública, la imagen ocupa el lugar de la realidad, la copia sustituye al original y el simulacro al ejemplar. Este triunfo de la apariencia y la repetición, que le parece una catástrofe al pensador tradicional, también tiene aspectos positivos, que pueden ser premisas de una nueva Ilustración. La desaparición de la verdad, del significado y del valor, que caracteriza a la crisis contemporánea, presenta aspectos históricos, religiosos y filosóficos que deben analizarse sin prejuicios, para identificar las profundas modificaciones en la determinación y puesta en acto de las estrategias políticas, la orientación de la espiritualidad, la organización de la sociedad y la cultura, el empleo de los medios de comunicación de masas. La socialización del imaginario asigna a la estética nuevos cometidos: la operación cultural suplanta a la política ideológica; la lógica de la seducción, a la racionalidad dialéctica; la holografía social, a la sociedad totalitaria. Resulta esencial no atemorizarse ante la abundancia y radicalidad de las transformaciones en curso y ­como propiciaba Walter Benjamin­, aun careciendo de ilusiones respecto de la época, «pronunciarse sin reservas en favor de ellas».