Como dice Aristóteles, el ignorante afirma, mientras que el sabio duda y reflexiona. Para llegar a ser sabio es necesario aprender a interrogar razonablemente, a escuchar con atención, a responder serenamente y a callar cuando no hay nada que decir. El sabio sabe que ignora muchas cosas, pero no sabe exactamente qué ignora, porque si lo supiera no sería un ser humano. Sabe que lo que conoce es muy poco en relación con lo que le queda por conocer. Por este motivo es, esencialmente, un ser humilde, dispuesto siempre a saber más, a preguntar, a cuestionar a los otros. Como decía Isaac Newton, “lo que sabemos es una gota de agua, lo que ignoramos un océano”.