Valencia, 1835. Comía las frutas que encontraba y dormía en el campo. No tenía miedo a las serpientes ni a ninguna fiera salvaje, pero sí horror a que le encontraran y le hicieran regresar a su casa. Pensaba que hacía años que estaba deambulando sin rumbo fijo, sin importarle mucho más que seguir con vida. Una noche vio cerca muchas luces. Sin saberlo, había llegado a Valencia. Aquella ciudad tan grande le impresionó mucho. ?Voy a quedarme aquí?, pensó el muchacho, ?vive mucha gente y entre ella no me encontrarán?. Como iba harapiento y sucio, se escondió en una casa abandonada fuera de la muralla hasta al anochecer, cuando, aprovechando un descuido de los vigilantes de la puerta, la cruzó para introducirse en la ciudad.