En la tradición narrativa nos encontramos con que los autores se embeben de realidad para construir los mundos que imaginan. Unas veces la aprovecharán a fondo, otras utilizarán tan sólo algunas de sus estructuras, pero jamás podrán evadirse de lo que es su vida, su entorno y lo que conocen de las existencias ajenas. Pero hay un tipo de novela en que esa dependencia alcanza límites insospechados, porque es un calco absoluto de la realidad: es la “novela sin ficción”, la que investiga exhaustivamente hechos que han sucedido y los expone con desparpajo, como si se tratara de una narración fantasiosa. ¿Quién no recuerda, en esta línea, los relatos A sangre fría, de Truman Capote; Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez o La canción del verdugo, de Norman Mailer? ¿Se trata de novelas o de reportajes? Del periodismo han tomado la habilidad para hurgar en la vida real con el fin de ofrecer los resultados de forma clara y directa; de la literatura, la belleza en la exposición y las técnicas del relato. En definitiva, se trata de unos textos en los que la narrativa y el periodismo caminan juntos y hasta se dan la mano.