Esta obra demuestra que, al contrario de lo que se piensa frecuentemente, la moral no es un sistema de mandatos y prohibiciones que regulan la vida del creyente ni se puede identificar como enemiga de la libertad y de la felicidad. «La moral cristiana (dice el autor en la introducción) no debe ser impuesta, sino solo propuesta. No se debe imponer a quienes no comparten la fe cristiana, puesto que los valores más radicales y los ideales más sublimes son exigencias directas de la experiencia de fe cristiana. Sin embargo, la moral cristiana puede y debe ser propuesta, puesto que contiene en sí valores y pautas de conducta aconsejables para todo ser humano». La moral, explica, no puede separarse de la experiencia cristiana ni de la fe en Jesucristo, no es opresora sino liberadora y obedece a los principios de la gratuidad, la justicia, la solidaridad y la comunión.